sábado, 22 de marzo de 2008

De aquí hasta el más allá


Muchas veces uno tiene la impresión de que la vida juega con uno, como si te tomaran el pelo o Dios te cogiera de punto, solo para quitarse el aburrimiento de encima. Hoy fue uno de esos días. El amanecer fue precioso: niebla por un lado de la montaña, sol por el otro, el galo compitiendo con las vacas, quienes retaban al vecino, que roncaba como un energúmeno. “Los pueblos de la isla son así, como locos”, pensé. Y entre lagañas y bostezos, caminé un poco más arriba, a la funeraria del barrio. Cinco de la mañana, funeraria vacía, solo quedaba el murmullo del llanto de la vieja del barrio, la misma que llora a todos los muertos habidos y por haber. “Eres la nieta del muerto?”, me preguntó en el acto. “Sí, vengo a…”.No me dejó terminar. En los pueblos chiquitos todo se sabe. La sala estaba vacía, y mi difunto en medio de ella. Olía café con galletas, lo que me recordó que no había desayunado; y mirándolo desde arriba, se veía más feliz que la noche anterior.”Quizás no sea él quién esté feliz, sino yo”, pensé para consolarme. “No vengo a ver al muerto, quiero ver a su esposo, el embalsamador... para un favor” comenté al paso, tratando de aligerar la carga de tristeza que llevaba encima. “Nena, pero ora por el pobre viejo, que tanto te quiso en vida…” “Señora, ya recé anoche… y lloré todo lo que iba a llorar.”Me miró de arriba abajo con cara de desprecio, yo, tratando de acordarme porqué decidí dedicarle una hora a un muerto, en vez de a un vivo necesitado.
“Emociones fuertes, tratar de vencer el miedo, escribir algo que haga llorar… que se yo”. Cuando regresé de mis pensamientos, doña Inés no estaba, solo quedaba ese olor de café para muertos. Tras una puerta de “screen” lo vi llegar silencioso, como gato. Pensé en los embalsamadores egipcios, en miles de películas de terror, en mis pesadillas en donde aparece la muerte, y presentí lo peor. “Santa Virgen de la Patagonia, aquí me van a descuartizar”. Cuando abrió la puerta, vi que era guapo, lo que aumentó mi ansiedad: el hecho de ligarme a un viejo me paró los pelos. “Buen día, me dicen que eres tú la reportera, pasa” Abrió la puerta de “screen”, que me recordó a la de mi casa, toda mohosa y ruidosa por tanto uso. Me miró como si fuera un rey dándome la bienvenida a su mundo, a su secreto, a su escondite preferido… yo tenía hambre, y mucha sed, no sé si por el susto o por la hora: cinco y media de la mañana. Mi segunda sorpresa fue lo que mis sentidos captaron. No fue un muerto descuartizado como en las películas, ni una oscuridad tenebrosa o un frío polar. La sala estaba iluminada como vitrina de alcapurrias; el sitio era limpio pero olía a muerto, café y alcantarilla (todo a la vez). Y sobre todo, la salsa. “Es morboso este hombre”. El no se dio cuenta de mi risa, tan solo pasó por mi lado rozándome el hombro mientras tarareaba la canción. “Cuando llegará el día de mi suerte…”. No me volvió a dirigir la palabra, simplemente cantaba. Empezó a sacar sus instrumentos, abrió una gaveta, sacó el muerto, lo puso como si fuera un canto de pollo, le espetó algo, le sacó sangre…creo. Para ese punto tenía la bendita canción dando vueltas en mi cabeza. Me sentía como tecata de Santurce, toda “virolda”. “Tengo que quedarme, tengo que salir de este trabajo, tengo que demostrarle a este viejo que yo o soy ninguna monga, una boba, yo soy una periodista y me voy a quedar aunque me vomite encima y me quiera morir”, pensé, tratando de consolarme. El frío empezaba a llegar hasta mis huesos, y el viejo se dio cuenta. Me miró con cara extraña. “Mamita, tienes frío, ehhh”, dijo acariciándome el pelo. “NO”. Si antes había hablado poco, ahora hablaría menos luego de la cara de comemierda que puse. Me dio la espalda, y yo cerré los ojos… “cuando llegará el día de mi suerte…”, me dejé llevar por la canción y dejé de sentir, como los muertos. Cuando pude controlar el susto, el ya había terminado. “Este muerto estaba como seco, eso significa que ya estaba frito”, dijo sin mirarme. “Lo que me falta es maquillarlo”. Sacó par de brochas viejas, como de BBQ; un pintalabios que parecía de la vieja llorona, un polvo color transluciente y un rubor color cereza. Se subió las mangas con un gesto medio burlón, y en voz alta empezó a cantar la canción. Al rato de mucho pintar y repintar, el muerto parecía el payaso Tatín. “Parece un payaso” dije sin medir mis palabras. Al instante el tiempo se congeló, el viejo aguantó la respiración y lentamente se viró. Me clavó los ojos encima, y con una sonrisa de que “yo sabía que ibas a decir eso” me dio las brochas y se fue.
Yo, que apenas me arreglo, sentí que el mareo me volvía. “Pobre muerto, primero en manos de un morboso, y ahora en manos de una loca cobarde…que se va a hacer.” Proseguí con la poca fuerza que me quedaba, con la canción de fondo, en su eterno “repeat”. Lo único que se me ocurrió para bajar el estrés fue mirarle los pelos que tenía en las orejas y pensar que era mi muertecito. Terminé llorando del susto y de la tristeza, y luego de que le arreglé el maquillaje anterior, cogí unas tijeras y le corté los pelos graciosos. “Sabes, tienes suerte, porque solo maquillo a mis amigas y a mis novios. Perdón, pienso que esto no te incumbe, o quizás te esté metiendo envidia, pero como yo no sé que hay en el otro lado, yo no me quiero morir todavía.”José, como decidí llamarlo, escuchó mi monólogo mental, mientras soportó que lo recortara, maquillara y vistiera. Cuando vi que mi trabajo terminó, decidí buscar al embalsamador. Abrí la puerta de “screen”, no había nadie. Y más rápido que ligero decidí irme, antes de que se me olvidara lo que debía escribir. Ahora que analizo, solo lamento que no me hayan pagado, porque después de tanto nervio, José quedó de lo más guapo. Espero que se consiga una novia en el más allá, y que hable con Dios para que apunte el favor del “make-over” en su gran libro de la vida.

lunes, 17 de marzo de 2008

Para empezar, sin más preámbulos




Crónica de una peatona citadina........









“Parece que el universo entero se confabula para hacerme sentir como cucaracha urbana. Yo quería que hoy fuese diferente: me levanté positiva, me dije cosas bonitas, e incluso, me puse cómoda para ver si de esa manera, lograba ver la belleza del paisaje. Pero solo la belleza de lo inaudito se manifestó, dejando atrás por mucho, todas mis esperanzas. No hago más que sentarme en la parada, y ya un viejo verde me mira con cara de perro que sueña con longaniza.” pensé mientras trataba de no respirar el aire pestilente a mi alrededor.
Mi objetivo era llegar a mi universidad. Mi condición era de peatona. Mis recursos bastantes limitados. La acción a seguir un poco descabellada, pensando en las condiciones climáticas del día, los motetes que llevaba y las grandes probabilidades de que algo extraño me pasara en el camino.
Había reunido todas mis fuerzas y la poca voluntad que me quedaba. Conté las monedas para el “pisi-corre”, la tarjeta del tren, me ajuste las sandalias y caminar rapidito se ha dicho. La ruta es sencilla para el que viene de la 12 de Santa Juanita, la urbanización mas grande de Bayamón. Primero el “pisi-corre” desde lo último de la urbanización, luego caminar hasta el tren de Bayamón, por ultimo bajarme en la estación correspondiente y patitas hacia la Facultad. Ni tan complicado parece, pero el tramo completo es de una hora y media. Claro, eso es si no es temprano en la mañana, al medio día o en el “rush” de por la tarde. En esas ocasiones uno se tarda como dos horas y media. Sin embargo, a mi me sonreía la suerte. Eran las 10 de la mañana, mi clase a la una de la tarde y los cielos parcialmente nublados prometían no llover, sino protegerme del calor del rubio. Y así, sin encomendarme a nadie, me tire.
El bulto no pesaba tanto, ya que andaba distraída con esta nueva experiencia “peatonistica”. Me sentí de repente como una aventurera. Hoy en día casi todos mis amigos tiene carro, aunque sea “carcachita”, pero yo era la que rompía las reglas, las expectativas. Una joven guapa, atlética y embarazada caminando por las aceras de Bayamón. Crucé hacia la parada y ohh, la suerte me acompaña. No hago mas que pararme y ya una “pisi-corre” bajaba a mi dirección. Un viejito que vendía “hot dog” me da una mirada lasciva. Yo lo ignore. El “pisi –corre” no avanza, el viejo sigue. Lo miro con desprecio, sobándome la barriga a ver si se da cuenta que puedo ser su bisnieta embarazada. El descarado se relame. Resignación, triste resignación.
Desde lejos se escuchaba rechinar. Hacia tiempo que n me “trepaba” en una de estas. Conté setenta centavos a la vez que movía las manos de manera histérica para que el conductor me viera. Viene, se acercaba, ya llegaba, me pasó, se fue, no, no paró….en el medio de la calle. Sentí que todas las miradas de los conductores furiosos paraban sobre mí. Como si nada me trepo como cabrita en precipicio. “Son noventa centavos porque tiene aire y cinturones.” me dice el chofer. “Bueno”, pensé, “entonces es un precio justo”. Y si que tenía aire la guagüita. Pero los cinturones no daban para las cinco personas que iban por asiento. Me toco al lado de una señora, según su conversación “Amaba a Rosselló”. Mientras la distinguida dama hablaba, el conductor iba acelerando, comiéndose luces, parando de repente. Estaba mareada, con nauseas. El aire solo había esparcido la peste a mueble viejo, sudor y bolsas de Capri. Se monto una señora con uñas estilo Ivy Queen. Siguen las nauseas. Alguien habla mal de Aníbal. Me estaba dando un tremendo bajo de azúcar. Las viejas pelean a lo lucha libre…yo no podía mas. Sudando frio, me baje del martirio. “Siempre la gente dañando los paseos con su politiquería y su….” En ese instante, mi sandalia quedo atrapada en una laguna olorosa, llamada bache, y mi pie se vio envuelto en una mascarilla de barro “home made”.
Un deambulante se ofreció de ayuda, no sin antes pedirme tres dólares. Yo le dije la verdad, que solo andaba con lo necesario para llegar a mi destino, y que por eso solo contaba con la tarjeta del tren. Me miro incrédulo. “Missi, como quiera yo le ayudo, sin nada a cambio”. Y sin esperar mi respuesta, me arranco la bolsa de antojos y empezó a caminar hacia el tren. Yo tuve que arrancar también, y decirle con ternura que no era necesario. “Entonces, missi, deme tres pesitos.” “Hombre, que no tengo te digo, pero te puedo dar una cajita de Frosted Flakes.” Como “Abra Kadabra” el tipo desapareció, no sin antes maldecirme por mi “macetería” con él. Solo Dios sabe que estaba diciendo la verdad.
Mientras caminaba hacia el tren con mi pie embachado, la blusa sudada y el ánimo quebrantado veo una persona en silla de ruedas en el mismo medio de la calle. Me fijo en la acero por donde caminaba, y me dio cuenta que una silla de ruedas jamás podría pasar por ahí, con todos los hoyos y los carros en el medio de la acera, sin contar los postes de luz mal puestos. “Claro, como aquí las aceras son para los carros, pues que se va a hacer.” Al rato pasa un troglodita gritándole “Mira, paga la tablilla so k#@%&”. El pobre hombre se trago el insulto y siguió su trayecto, mientras yo me aguantaba las ganas de tirarle con unas piedras al carro “pimpeao” del energúmeno.
No fue sino hasta que llegue al tren cuando vi un poco de luz. Ya una AMA me había bañado en perfume de motor, el barro en mi pie estaba seco, me habían gritado improperios, había visto injusticias, y todo mezclados con las nauseas características de mi condición. Ya había llegado al “level 2”. Saque mi tarjeta de estudiante, pufff, pase por la barra, espere cinco minutos y me monte.
“Todo bien hasta ahora”, pensé. La gente no se miraba. “Deben de tener hambre, ya casi son las doce”. Mientras mas se llenaba, notaba como nadie se tocaba. Todos trataban de no sentarse junto a nadie desconocido, de tocar un hombro de pararse de frente. “Igualito que en las Ama, que tan pronto uno se trepa, te dan un chino mortal.”Sin embargo, era preocupante el hecho de que nadie se hablaba, al contrario de las “pisi-corre” y las AMA. Nadie se miraba, ni sonreía, ni decía buenas tardes. “No puede llegar a conclusiones, puede ser el hambre.” Y llegue a mi estación.
A pesar de todo, llegue al salón. Vi a mis compañeros, al profesor. Pensé por un momento si a ellos les hubiera gustado la experiencia tanto como a mí. Se que una cosa es hacerlo una vez y otra hacerlo todos los días, sin embargo, me sentí tan llena de vida, como si fuera parte de una crónica que narrara como es la experiencia de un peatona. Algunos dirían que apesta en todos los sentidos ser un “dogde patitas”, que e olor a viejo, a “moffle” a sobaco y a sudor no es algo practico. Yo digo que, si me apesta, que no me huelan, y si no les gusta, que no me vean. Y aunque la realidad “peatonistíca” no es nada fácil, prefiero tener mil cuentos para contar, que mil chistes malos de alguna emisora en particular.