Muchas veces uno tiene la impresión de que la vida juega con uno, como si te tomaran el pelo o Dios te cogiera de punto, solo para quitarse el aburrimiento de encima. Hoy fue uno de esos días. El amanecer fue precioso: niebla por un lado de la montaña, sol por el otro, el galo compitiendo con las vacas, quienes retaban al vecino, que roncaba como un energúmeno. “Los pueblos de la isla son así, como locos”, pensé. Y entre lagañas y bostezos, caminé un poco más arriba, a la funeraria del barrio. Cinco de la mañana, funeraria vacía, solo quedaba el murmullo del llanto de la vieja del barrio, la misma que llora a todos los muertos habidos y por haber. “Eres la nieta del muerto?”, me preguntó en el acto. “Sí, vengo a…”.No me dejó terminar. En los pueblos chiquitos todo se sabe. La sala estaba vacía, y mi difunto en medio de ella. Olía café con galletas, lo que me recordó que no había desayunado; y mirándolo desde arriba, se veía más feliz que la noche anterior.”Quizás no sea él quién esté feliz, sino yo”, pensé para consolarme. “No vengo a ver al muerto, quiero ver a su esposo, el embalsamador... para un favor” comenté al paso, tratando de aligerar la carga de tristeza que llevaba encima. “Nena, pero ora por el pobre viejo, que tanto te quiso en vida…” “Señora, ya recé anoche… y lloré todo lo que iba a llorar.”Me miró de arriba abajo con cara de desprecio, yo, tratando de acordarme porqué decidí dedicarle una hora a un muerto, en vez de a un vivo necesitado.
“Emociones fuertes, tratar de vencer el miedo, escribir algo que haga llorar… que se yo”. Cuando regresé de mis pensamientos, doña Inés no estaba, solo quedaba ese olor de café para muertos. Tras una puerta de “screen” lo vi llegar silencioso, como gato. Pensé en los embalsamadores egipcios, en miles de películas de terror, en mis pesadillas en donde aparece la muerte, y presentí lo peor. “Santa Virgen de la Patagonia, aquí me van a descuartizar”. Cuando abrió la puerta, vi que era guapo, lo que aumentó mi ansiedad: el hecho de ligarme a un viejo me paró los pelos. “Buen día, me dicen que eres tú la reportera, pasa” Abrió la puerta de “screen”, que me recordó a la de mi casa, toda mohosa y ruidosa por tanto uso. Me miró como si fuera un rey dándome la bienvenida a su mundo, a su secreto, a su escondite preferido… yo tenía hambre, y mucha sed, no sé si por el susto o por la hora: cinco y media de la mañana. Mi segunda sorpresa fue lo que mis sentidos captaron. No fue un muerto descuartizado como en las películas, ni una oscuridad tenebrosa o un frío polar. La sala estaba iluminada como vitrina de alcapurrias; el sitio era limpio pero olía a muerto, café y alcantarilla (todo a la vez). Y sobre todo, la salsa. “Es morboso este hombre”. El no se dio cuenta de mi risa, tan solo pasó por mi lado rozándome el hombro mientras tarareaba la canción. “Cuando llegará el día de mi suerte…”. No me volvió a dirigir la palabra, simplemente cantaba. Empezó a sacar sus instrumentos, abrió una gaveta, sacó el muerto, lo puso como si fuera un canto de pollo, le espetó algo, le sacó sangre…creo. Para ese punto tenía la bendita canción dando vueltas en mi cabeza. Me sentía como tecata de Santurce, toda “virolda”. “Tengo que quedarme, tengo que salir de este trabajo, tengo que demostrarle a este viejo que yo o soy ninguna monga, una boba, yo soy una periodista y me voy a quedar aunque me vomite encima y me quiera morir”, pensé, tratando de consolarme. El frío empezaba a llegar hasta mis huesos, y el viejo se dio cuenta. Me miró con cara extraña. “Mamita, tienes frío, ehhh”, dijo acariciándome el pelo. “NO”. Si antes había hablado poco, ahora hablaría menos luego de la cara de comemierda que puse. Me dio la espalda, y yo cerré los ojos… “cuando llegará el día de mi suerte…”, me dejé llevar por la canción y dejé de sentir, como los muertos. Cuando pude controlar el susto, el ya había terminado. “Este muerto estaba como seco, eso significa que ya estaba frito”, dijo sin mirarme. “Lo que me falta es maquillarlo”. Sacó par de brochas viejas, como de BBQ; un pintalabios que parecía de la vieja llorona, un polvo color transluciente y un rubor color cereza. Se subió las mangas con un gesto medio burlón, y en voz alta empezó a cantar la canción. Al rato de mucho pintar y repintar, el muerto parecía el payaso Tatín. “Parece un payaso” dije sin medir mis palabras. Al instante el tiempo se congeló, el viejo aguantó la respiración y lentamente se viró. Me clavó los ojos encima, y con una sonrisa de que “yo sabía que ibas a decir eso” me dio las brochas y se fue.
Yo, que apenas me arreglo, sentí que el mareo me volvía. “Pobre muerto, primero en manos de un morboso, y ahora en manos de una loca cobarde…que se va a hacer.” Proseguí con la poca fuerza que me quedaba, con la canción de fondo, en su eterno “repeat”. Lo único que se me ocurrió para bajar el estrés fue mirarle los pelos que tenía en las orejas y pensar que era mi muertecito. Terminé llorando del susto y de la tristeza, y luego de que le arreglé el maquillaje anterior, cogí unas tijeras y le corté los pelos graciosos. “Sabes, tienes suerte, porque solo maquillo a mis amigas y a mis novios. Perdón, pienso que esto no te incumbe, o quizás te esté metiendo envidia, pero como yo no sé que hay en el otro lado, yo no me quiero morir todavía.”José, como decidí llamarlo, escuchó mi monólogo mental, mientras soportó que lo recortara, maquillara y vistiera. Cuando vi que mi trabajo terminó, decidí buscar al embalsamador. Abrí la puerta de “screen”, no había nadie. Y más rápido que ligero decidí irme, antes de que se me olvidara lo que debía escribir. Ahora que analizo, solo lamento que no me hayan pagado, porque después de tanto nervio, José quedó de lo más guapo. Espero que se consiga una novia en el más allá, y que hable con Dios para que apunte el favor del “make-over” en su gran libro de la vida.
“Emociones fuertes, tratar de vencer el miedo, escribir algo que haga llorar… que se yo”. Cuando regresé de mis pensamientos, doña Inés no estaba, solo quedaba ese olor de café para muertos. Tras una puerta de “screen” lo vi llegar silencioso, como gato. Pensé en los embalsamadores egipcios, en miles de películas de terror, en mis pesadillas en donde aparece la muerte, y presentí lo peor. “Santa Virgen de la Patagonia, aquí me van a descuartizar”. Cuando abrió la puerta, vi que era guapo, lo que aumentó mi ansiedad: el hecho de ligarme a un viejo me paró los pelos. “Buen día, me dicen que eres tú la reportera, pasa” Abrió la puerta de “screen”, que me recordó a la de mi casa, toda mohosa y ruidosa por tanto uso. Me miró como si fuera un rey dándome la bienvenida a su mundo, a su secreto, a su escondite preferido… yo tenía hambre, y mucha sed, no sé si por el susto o por la hora: cinco y media de la mañana. Mi segunda sorpresa fue lo que mis sentidos captaron. No fue un muerto descuartizado como en las películas, ni una oscuridad tenebrosa o un frío polar. La sala estaba iluminada como vitrina de alcapurrias; el sitio era limpio pero olía a muerto, café y alcantarilla (todo a la vez). Y sobre todo, la salsa. “Es morboso este hombre”. El no se dio cuenta de mi risa, tan solo pasó por mi lado rozándome el hombro mientras tarareaba la canción. “Cuando llegará el día de mi suerte…”. No me volvió a dirigir la palabra, simplemente cantaba. Empezó a sacar sus instrumentos, abrió una gaveta, sacó el muerto, lo puso como si fuera un canto de pollo, le espetó algo, le sacó sangre…creo. Para ese punto tenía la bendita canción dando vueltas en mi cabeza. Me sentía como tecata de Santurce, toda “virolda”. “Tengo que quedarme, tengo que salir de este trabajo, tengo que demostrarle a este viejo que yo o soy ninguna monga, una boba, yo soy una periodista y me voy a quedar aunque me vomite encima y me quiera morir”, pensé, tratando de consolarme. El frío empezaba a llegar hasta mis huesos, y el viejo se dio cuenta. Me miró con cara extraña. “Mamita, tienes frío, ehhh”, dijo acariciándome el pelo. “NO”. Si antes había hablado poco, ahora hablaría menos luego de la cara de comemierda que puse. Me dio la espalda, y yo cerré los ojos… “cuando llegará el día de mi suerte…”, me dejé llevar por la canción y dejé de sentir, como los muertos. Cuando pude controlar el susto, el ya había terminado. “Este muerto estaba como seco, eso significa que ya estaba frito”, dijo sin mirarme. “Lo que me falta es maquillarlo”. Sacó par de brochas viejas, como de BBQ; un pintalabios que parecía de la vieja llorona, un polvo color transluciente y un rubor color cereza. Se subió las mangas con un gesto medio burlón, y en voz alta empezó a cantar la canción. Al rato de mucho pintar y repintar, el muerto parecía el payaso Tatín. “Parece un payaso” dije sin medir mis palabras. Al instante el tiempo se congeló, el viejo aguantó la respiración y lentamente se viró. Me clavó los ojos encima, y con una sonrisa de que “yo sabía que ibas a decir eso” me dio las brochas y se fue.
Yo, que apenas me arreglo, sentí que el mareo me volvía. “Pobre muerto, primero en manos de un morboso, y ahora en manos de una loca cobarde…que se va a hacer.” Proseguí con la poca fuerza que me quedaba, con la canción de fondo, en su eterno “repeat”. Lo único que se me ocurrió para bajar el estrés fue mirarle los pelos que tenía en las orejas y pensar que era mi muertecito. Terminé llorando del susto y de la tristeza, y luego de que le arreglé el maquillaje anterior, cogí unas tijeras y le corté los pelos graciosos. “Sabes, tienes suerte, porque solo maquillo a mis amigas y a mis novios. Perdón, pienso que esto no te incumbe, o quizás te esté metiendo envidia, pero como yo no sé que hay en el otro lado, yo no me quiero morir todavía.”José, como decidí llamarlo, escuchó mi monólogo mental, mientras soportó que lo recortara, maquillara y vistiera. Cuando vi que mi trabajo terminó, decidí buscar al embalsamador. Abrí la puerta de “screen”, no había nadie. Y más rápido que ligero decidí irme, antes de que se me olvidara lo que debía escribir. Ahora que analizo, solo lamento que no me hayan pagado, porque después de tanto nervio, José quedó de lo más guapo. Espero que se consiga una novia en el más allá, y que hable con Dios para que apunte el favor del “make-over” en su gran libro de la vida.